Maestrías Cristalinas



¿Por qué hablamos de Maestrías Cristalinas?

La definición clásica de “maestría” tiene que ver con el desarrollo de un “arte o destreza para ejecutar algo” y, la maestra o maestro, es aquella persona que enseña a otras a desarrollar destrezas y habilidades.

Al hablar de Maestrías Cristalinas entonces, estaríamos utilizando la metáfora en la cual asignamos estas cualidades, aparentemente humanas, a los cristales de las diversas sustancias que hay en el planeta, y podría continuar con el desarrollo de esta idea y, como se hace habitualmente en la ficción, humanizar el comportamiento de los cristales.

Perfectamente, a través de esta lógica, lograría comentar gran parte de aquello que podemos aprender de los cristales de nuestra tierra.

Sin embargo, voy a intentar algo diferente. Es sabido que los cristales llegaron a la existencia en este planeta mucho antes que la humanidad y, en los procesos evolutivos, lo nuevo incorpora parte de lo anterior. Así es que nuestro desarrollo implicó asimilar algunas de las cualidades y comportamientos que venían dados en los reinos pre humanos.

En este caso, ¿podríamos contar con la capacidad de comunicarnos con los cristales?, para lo cual tenemos que entender también ¿cómo es que éstos se expresan?… ya volveré sobre estas ideas…

Las personas nacemos y nos desarrollamos inmersos en la realidad cultural que nos toca habitar, en la cual, el lenguaje hablado por sobre todos, y otros modos de comunicarnos, eminentemente humanos, como los lenguajes artísticos: el musical, la danza, la plástica, etc., son el medio común a través del cual nos relacionamos y una de las cualidades de nuestro cerebro es aprender por conceptos, abstracciones que permiten recordar lo que es evidentemente importante, y descartar los detalles que distraerían la atención.  Así es que, para hablar con otras personas, aprendemos el lenguaje y, más específico aún, el idioma necesario en mi comunidad, pero no así los fundamentos sobre los que se sostienen, ese idioma, fíjense que, una vez que aprendemos a expresarnos a través de uno, por ejemplo el español, no aprendemos a hablar otros, salvo que se estudien y practiquen específicamente y, en general, con un gran gasto de energía.

Esta estrategia de nuestro cerebro es muy valiosa, sin ella, estaríamos siempre volviendo a empezar y nuestro proceso evolutivo, en relación a la inteligencia tecnológica[i], habría sido mucho más lento, como en el resto de los primates.

Entonces, recordar los sustratos que sostienen a nuestros idiomas y lenguajes habituales, requiere de un esfuerzo específico. Y hacia allá vamos…

Hay un elemento, un modo de expresión, que le pertenece tanto a la energía como a la materia, que subyace a todos los lenguajes, que está presente en toda forma de expresión y en todos los seres, entidades y objetos, la vibración.

Así es que todo lo percibimos a través de nuestros sentidos. El sonido, las imágenes, los colores y el movimiento, las texturas, olores y sabores, son reconocidos por nuestros sentidos que identifican los matices que cada vibración va presentando.

Como ya dijimos, entendemos lo que se dice porque nuestro cerebro aprende las palabras y la semántica y organiza los recuerdos por conceptos, así es que cuando alguien nos dice “silla”, interpretamos que se refiere a un objeto que sirve para sentarse. Así mismo, somos capaces también de reconocer las diferentes “tonalidades” que suelen referir a variantes en los estados emocionales e intenciones explícitas en el discurso, y las podemos diferenciar porque hay variaciones vibratorias, que se manifiestan en el tono, volumen, actitud corporal, etc. Pero hay más aún, somos capaces de detectar cierta cualidad intencional, que subyace, que, conscientemente o no, está oculta o poco clara, es por eso que a veces dudamos de lo que es dicho, hay algo que está por atrás que, aunque no esté tan claro, parece no coincidir del todo con lo que se está expresando. ¿Les pasó alguna vez?

Me atrevo a decir que hay cierta capacidad de nuestro cuerpo de captar los estados vibratorios pre-formales que, aunque no hayan sido manifestados con claridad, allí están, aportando sus cualidades vibrantes.

Otro dato interesante que puede abonar a esta reflexión es lo que hoy conocemos sobre la glándula pineal. Hasta hace poco más de 50 años, la ciencia occidental creía que no tenía funciones, y especulaba con que había quedado como excedente de los procesos evolutivos. Hoy se reconocen varias funciones muy importantes para el desarrollo humano, entre ellas, la capacidad de comunicarse con el Sol.

La glándula pineal, entre otras funciones, es la responsable de producir melatonina (la hormona del sueño), una hormona cuya producción se ve afectada por la luz. La oscuridad (falta de luz) hace que secrete melatonina (es por esto que resulta más fácil conciliar el sueño en la oscuridad), más aún, diferentes longitudes de onda de la luz (frecuencias) hacen que se secrete melatonina en diferentes cantidades, cualidades y ritmos[ii].

Volviendo a los cristales y las preguntas antes planteadas, ya sabemos que ellos vibran, y que lo hacen de modo muy claro, porque sus estados vibrantes son muy estables, estructuras moleculares que se han conformado hace millones de años, y que han aprendido a sostener su coherencia existencial prácticamente inalterable en tiempos humanos.

Entonces, podemos inferir (lo que las personas que utilizamos cristales para la sanación ya sabemos por propia experiencia) que podemos sintonizar con la energía vibrante de los cristales y, lo más importante, lo hacemos porque contamos con la capacidad de comunicarnos a través del lenguaje primigenio de las vibraciones.

Los elementos que componen a los cristales, los átomos y las moléculas básicas que dan forma y sustancia a cada mineral, han aprendido a relacionarse entre sí, desarrollando modos de moverse que le permiten sostener la integridad de cada cristal y le aportan sus particularidades físicas, químicas, energéticas, espirituales.

Ese Ser cristal, que se expresa en su forma sólida, geométrica, colorida, etc., es la resultante de las conversaciones entre sus átomos y moléculas, e implica información con la cual podemos relacionarnos y dejar llegar a nuestro sistema, a nuestro cuerpo.

Es en esa interacción que logramos un espacio de encuentro y comunicación con los cristales, porque como ya vimos en los párrafos anteriores, es posible ya que nuestros cuerpos también tienen la cualidad de vibrar y, por lo tanto, de resonar con las cualidades vibratorias de todo lo que existe, y nuestro cerebro, nuestro sistema nervioso, cuenta con la capacidad de procesar y dar sentido a esos estímulos que llegan vibrando y, operar así de puente entre las vibraciones cristalinas y nuestro sistema de representación para codificar e interpretar.

Allí es donde me encuentro con la Maestría de los Cristales, ellos portan información y la expresan vibrante, y así encuentran los caminos para compartirla con toda la existencia.

Los Cristales vibran y enseñan.



[i] Carutti, Eugenio. Inteligencia Planetaria. Kier Editorial. 2012. Página 26.

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